Está claro que finjo: no me gusta
pensar. De los libracos
que del Saber poseo no quisiera
volver a padecer
ninguno. Entre poemas me demoro,
entre sus extraviadas
razones, desvaríos, pretensiones:
su singular, su tan
incomparable, frágil evidencia.
¿Que qué fue del Saber?
La veleidosa voluntad de dar
con la palabra suma
--eterna, perentoria: inobjetable--
al cabo derivó
en la de apenas si contar los propios
asuntos con palabras
personales, amadas porque, claro,
son --¡qué otra cosa!-- mías.
¿Y en lo futuro? Prescindir, si puedo,
de requerir lectores:
la aprobación que pretendí jamás
estuvo en ningún rostro.
Paciencia, corazón: alguna mosca
de la belleza hará
que abandone el acecho pusilánime
hendiendo al fin la red.
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