domingo, 6 de junio de 2010

Tirrias de Topín

Erisipela: birra o sensación,
mente ajustada, viejo
desorbitado, manto que almacena
pasitos y relojes
que indican malestar, como una cofia
desgreñada, maltrecha,
irreversible, marchan, trecho momia,
por los acantilados
de rostros y escupidas, mescolanza
colma tu arroz, el hicso
de la desgracia avanza, se desnuda
a tientas. Cortesía,
modulaciones de Metheny brotan
para hacer de pasitos
y de relojes brisa, macadam
y harén o fuelle que
colijo, perpetúa el mobiliario
de los vecinos, La
Mona Giménez ritma su después
de la oración y nadie
devuelve los insultos. Estepario,
gimo conciso, ayunas
de puro vago, incordios espectrales
que el paso y el reloj
o malestar puntúan con diademas,
como lisos cardúmenes
cardíacos, Trencito de Caipira,
y diente que se fue,
y pastillas y espartos y miseria,
manduco dos Mormones,
silba otra bala o friso en que los choros
aleccionan al barrio,
el estipendio o ropa que se estancan
en tirrias de tu sístole,
ciego, mañoso, carantoña y gallo.
Nada tiene sentido,
entonces, si pasitos y relojes,
pesar y gallegadas,
acordonado sobre la alfombrita
del malestar, odiosa
certidumbre, marcás este vacuno
con gladiolos, con alzas
y con la gata, loca que dispone
con cuatro flores una
premonición. El hicso, preservado
por un preservativo,
goma y reglita, anota mandamientos:
¿tenés el alcanfor
a mano para aguar la desventura
de nadie por la calle,
de barcito careta, minerales
limones que jurás
haber visto en Alsacia? Cigarrillo
y síntoma o don nadie.

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